Amor en tiempos de cólera (Episodio 3) – La señora Crescencia tenía catorce años cuando el cólera llegó a México. Aunque quedó huérfana, al menos heredó la hacienda y la fortuna familiar. Tenía quince años cuando se casó con Santiago. Este era un estafador de clase alta que abunda, con mucha astucia para ascender a lo más alto de la sociedad.
De España la enfermedad había sido llevada a La Habana, más tarde a Campeche y poco después a Yucatán; hacia el norte y sur de la República, el mal se propagaba.
De Tampico llegó posteriormente a San Luis Potosí y luego alcanzó Guanajuato. En el mes de julio de 1833, Querétaro había sido infestado a causa de la llegada de algunos sobrevivientes de la Hacienda del Jaral. En la ciudad de México, el 6 de agosto de 1833, había sucumbido una mujer a causa del cólera. A la semana siguiente tuvieron lugar las fiestas de Santa María La Redonda, donde la comida, la bebida y la falta de higiene, fueron el principal foco de contaminación. Dos días después se sepultaron en 24 horas 1200 cadáveres. Al mismo tiempo Guadalajara y Monterrey estaban bajo la influencia del cólera.
Guillermo Prieto describe la situación amarga por la que pasaba el México de aquellos tiempos: “Lo que dejó imborrable impresión en mi espíritu fue la terrible invasión del cólera en aquel año. Las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilio; las banderolas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad, de médicos, sacerdotes y casas de caridad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares y gente arrodillada derramando lágrimas… A gran distancia el chirrido lúgubre de carros que atravesaban llenos de cadáveres… todo eso se reproduce hoy en mi memoria con colores vivísimos y me hace estremecer.”
“¡De cuántas escenas desgarradoras fui testigo! Aún recuerdo haber penetrado en una casa, por el entonces barrio de la Lagunilla, que tendría como treinta cuartos, todos vacíos, con las puertas que cerraba y abría el viento, abandonados muebles y trastos… espantosa soledad y silencio como si hubiese encomendado su custodia al terror de la muerte.”
Las medidas que tomaron las autoridades sanitarias fueron acertadas en ese momento, pero la atención del gobierno se dirigía más a los asuntos políticos. Así nos lo señala Guillermo Prieto en sus memorias: “los nombres de Santa Anna y de Farías que ocupaban alternativamente el poder como dos empresarios de compañías teatrales, el uno con su comitiva de soldados balandrones e ignorantes, tahúres y agiotistas desaliñados, y el otro con algunos eminentes liberales, pero con su cauda de masones, de patrioteros anárquicos y de gente de acción que era un hormiguero de los demonios.”
Muchos confiaban en que la desaparición del mal Gobierno sería el remedio de todos los males de aquella sociedad. Tuvieron lugar varios movimientos militares y los trastornos políticos se convirtieron en inquietudes sociales que fraguaron en la figura del momento: Antonio López de Santa Anna.
El año del cólera fue como se denominó a 1833, año en que ocurrió la espantosa pandemia; vino acompañada de una serie de avisos, como por ejemplo: “Tal la aurora boreal que en 1833 enrojeció el cielo e hizo a los ingenuos temer el castigo de Dios por las reformas de Don Valentín Gómez Farías, como parecía confirmarlo la epidemia de cólera que las acompañó.”
El estado no respondió a las necesidades de las clases pobres. Los enfermos se multiplicaban y ello dio lugar a que el gobierno imprimiese instrucciones para evitar y controlar la epidemia, se establecieron juntas de vigilancia y socorros, al mismo tiempo que la medicina tradicional se difundía con remedios caseros que trataban de evitar la muerte. El terror hizo emigrar a numerosas familias y la enfermedad se propagó hacia todo el país. El cólera produjo numerosas bajas entre el ejército del general Santa Anna, quien, al dirigirse a Querétaro, sólo contribuyó a la extensión de la enfermedad. También ocurrió que “el gobernador Romero, fiel partidario del federalismo y amigo de Gómez Farías, recibió una carta del vicepresidente, pidiéndole que enviara a Querétaro, donde estaba Santa Anna esperando refuerzos, un contingente de mil hombres de las milicias cívicas. La ayuda probablemente no llegó ni tampoco una remesa de 1200 rifles que Romero debía recibir de Tampico, pues todos los arrieros que debían conducir la remesa, habían muerto de cólera”.
En su parte oficial Santa Anna refiere que murieron, a causa del cólera, dos mil de sus hombres en tan sólo unos días. La epidemia fue desapareciendo hacia finales de octubre y para noviembre de 1833 no se registró caso alguno. El mal dejó un saldo de cerca de catorce mil muertos.
FANNY: Cora, déjame continuar. La señora Crescencia, que solo tiene diecinueve años, me cautivó desde el primer momento. Ella tenía catorce cuando el cólera llegó a Veracruz. El ejército de Santa Anna trajo la enfermedad a la ciudad. Murió por esta epidemia el cinco por ciento de la población, incluyendo la familia de Crescencia. Aunque quedó huérfana, al menos heredó la hacienda y la fortuna familiar. Era una joven de quince años cuando se casó con Santiago. Él también me cautivó, pero por otros motivos. Es un tipo de personaje que abunda en México, de baja calaña y con mucha astucia para ascender a lo más alto de la sociedad. Casualmente, estoy esperando a Crescencia, vendrá a visitarme, con lo que quedaré obligada a “pagarle” la visita: ¡es un círculo vicioso!
¡Cora, asísteme para arreglarme!
He notado lo poco que se arreglan en la mañana ciertas damas que la reciben a una en camisa… Nuestros ojos europeos se sorprenden ante las impropiedades al vestir.
CORA: Los míos se sorprenden al ver que nunca se despeina, señora.
FANNY: Ay, Cora, no debes ser irreverente. Una debe de arreglarse dependiendo de la hora, el lugar y la importancia de la visita. Debo mostrar respeto por la señora Carvajal. Pásame el espejo, quiero verme mientras me arreglas el cabello.
CORA: (Canta desenfadada un jarabe.)
Qué haces palomita
ahí en la pulquería
esperando al amor mío
hasta el martes, vida mía
Palomita, palomo, palomo…
Al volar una paloma
se lastimó de una alita.
Si tú tienes tu palomo.
Yo tengo mi palomita
Palomita, palomo, palomo…
FANNY: ¿Qué cantas? ¿A qué viene esa letra? ¿Juegas conmigo porque crees que no entiendo?
CORA: (Payasa.) ¡Nooo, Señora Fanny! (Tararea y canta.)
Y a una paloma al volar
se le cayeron las plumas.
¡Qué tontas son las muchachas!
No todas, pero hay algunas.
Palomita, palomo, palomo…
FANNY: ¡Ay! Cora, ¡fíjate! ¡Cora, compórtate!
CORA: Sí, señora. (Sigue cantando.)
Palomita, qué andas haciendo
parada en esa pared
esperando a mi palomo
que me traiga de comer.
Palomita, palomo, palomo…
FANNY: (Con intolerancia.) ¡Déjame! ¡tardas mucho y me jalas el cabello! Vete a cantar.
CORA: Sí, señora Fanny. (Canta fuerte.)
Palomita de los cuarteles
anda y dile a los tambores
que al tocar la retreta
toquen la de mis amores.
Palomita, palomo, palomo…
FANNY: (Con impaciencia.) ¡No cantes, deja de hacerte la desentendida! ¡Pareces francesa, Cora!
(SONIDO: Perros que ladran. Pasos. Se abre la ventana.)
FANNY: (Se escucha que su voz recorre del exterior de la ventana a la habitación.) ¡Ay! Has dejado a la señora Carvajal esperando en la puerta.
CORA: Señora, ¿para qué se apura? Ahorita le abro… (Sale canturreando. Se escuchan sus pasos.)
FANNY: (Con enojo.) Compórtate durante la visita, Cora. ¡No espíes! Recuerda que la cortesía es la mayor muestra de cultura.
amor en tiempos de colera – amor en tiempos de colera